domingo, 24 de febrero de 2008

Escribir como se sueña

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Pata de perro (Editorial San Marcos), una novela de amplio registro en base a un personaje que conoció hace años en España, el típico pícaro pero lleno de bondad.

Por Enrique Sanchez Hernán

A esta edad tuya, ¿qué cosa es escribir?

-Para mí escribir es recordar y en el recuerdo no hay tiempo. Y el placer más grande de las personas de nuestra edad es recordar con quien se tiene que recordar. Antes escribía para cambiar el mundo, ahora lo hago para calmar mis nervios.
¿Cómo funciona tu memoria?

-No tengo muy buena memoria en general. Ésta se agudiza cuando escribo pero lo olvido luego. Soy un escritor que se nutre de los recuerdos, pero en estos se confunden los hechos que realmente viví con los que imaginé, leí u oí.
¿Hay recuerdos que te hacen sufrir?

-Los amores frustrados, las cosas a medias, lo que pudo haber sido y no fue. Otra cosa que me hace sufrir es mi infancia atormentada por el diablo.
¿Cómo es eso?

-Yo viví en medio de una familia muy católica, en Trujillo. Allí teníamos un altar ante el cual rezábamos todas las noches. Pero la mitad de la casa pertenecía a los vivos y la mitad a los muertos. Y por la noche nos poníamos a escuchar cómo caminaban los muertos y mi abuela reconocía los pasos. "Esa es la almita de Pablo", decía. "Esa es la almita de fulano", advertía otra vez.

¿Y cómo te comportabas tú?

-Vivía en estado de terror. Yo aprendí a ser lo que soy más por temor al diablo que por amor a Dios. Mi casa siempre estuvo rodeada de muertos. A mí me criaron mis abuelos y yo veía cómo mi abuela conversaba con nadie, en la ventana. Yo le preguntaba: "Mama, ¿con quién conversas?". Y ella respondía: "Con mi hermano Abel, con mi hermano Pedro".

¿Tu abuelo era igual?

-Mi abuelo, en cambio, era muy humorista. Se burlaba de ella y le tomaba el pelo, pero ambos les tenían miedo a los difuntos. Por eso yo no quisiera volver a la infancia.
Entonces tu infancia fue la que te marcó como fabulador.
-Probablemente sí. Yo vivía en la avenida Mansiche. El barrio era un zurcido de todas las condiciones humanas. Y al frente de mi calle se aposentaban los circos y los gitanos. Ese mundo me hacía soñar con ser gitano o cirquero y me daban ganas de irme. Por eso me hice un andariego antes de caminar.

¿En esa época empezaste a escribir?

-Yo empecé a escribir desde muy niño. Recuerdo que una vez anunciaron por la radio que había ganado un concurso de poemas a la madre. Fui con la patota del barrio a recoger el premio: un par de medias de nylon para mamá. Ya estabas decidido a ser escritor. -Eso sí. Yo estudié Literatura en la Universidad de Trujillo y Lingüística en la Universidad Complutense de España. En Trujillo estudié con Lorenzo Osores, Juan Morillo, González Viaña, Cristóbal Campana, José Watanabe.

¿Quisieron imitar al Grupo Norte?

-Yo fui muy amigo de Antenor Orrego pero nunca quise imitarlos. Entré al Grupo Trilce porque fue una gran borrachera. El grupo duró toda la época de la universidad y luego todos nos dispersamos. Escandalizábamos a Trujillo lanzando manifiestos y con recitales provocadores. Nuestros primeros libros los publicamos el año 1964.

Considerando todo esto, ¿te consideras andino o criollo?

-Yo no participo de esa polémica. Esa polémica no es clasista ni racista, es bizantina. Es como discutir cuántos ángeles entran en la cabeza de un alfiler. El Perú es un mestizaje completo, todo está entreverado.

¿Qué tiempo te llevó escribir Pata de perro?

-Años de años. Yo suelo escribir del siguiente modo: las cosas que me impresionan las anoto en un cuaderno. Y he aprendido, por oficio, a escribir y leer varias cosas a la vez, cosa que celebro.

¿Y eso te pasó con esta novela?

-Claro. El personaje de la novela me persiguió durante años. Es el pícaro lleno de humanidad, no el malvado. Y la novela la escribí gracias a un largo retiro que tuve en la selva y en Chaclacayo. Pero a la vez escribí otras cosas. Cada escritor debe descubrir sus propios enigmas. Ahora tengo otra novela en ciernes: Bibliografía fantástica. La estoy construyendo; versa sobre los sueños y ahora estoy en un dilema: no sé si despertar o no en la novela.

Nostalgia y picardía

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Por Ricardo González Vigil

La versatilidad creadora de Jorge Díaz Herrera le permite cultivar todos los géneros (poesía, cuento, novela y teatro), a veces con muestras de diversos géneros en un solo volumen. A nuestro juicio, en la novela logra desplegarse con mayor plenitud expresiva y fortuna artística su versatilidad: cada una de sus cinco novelas ostenta una textura y una atmósfera distintas, acordes con la temática abordada, histórico-épica en "La agonía del inmortal", comunitario-rural en "Por qué morimos tanto", infantil-maravillosa en "El Ángel de la Guarda" y "La colina de Irupé". Y, ahora, este festín de ingenio, picardía y, sobre todo, nostalgia y corazón al desnudo que es "Pata de perro".

Como reconstrucción de la mirada infantil y de las tribulaciones hormonales de la pubertad, "Pata de perro" resulta magistral. Ahí sobresale la vida del barrio, retratada mejor que nunca en las letras peruanas. Muchas de esas páginas poseen un aleteo poético digno de compararse con el Martín Adán de "La casa de cartón", no obstante su mayor consistencia narrativa, su agilidad para integrar las descripciones en la trama. Igualmente admirable discurre la caracterización de un mataperro infantil que se torna un "pata de perro" desde la adolescencia hasta la vejez. El lema "no hay nada como joder" (p. 13) se ve ricamente contextualizado como una forma de zaherir las pautas que rigen las relaciones sociales peruanas (y de otros países, por cierto): el machismo (encarnado en Papagusto y las broncas de barrio) y el racismo (el desdén del padre frente a los "Cocoidé"), junto con el afán arribista. En general, el impulso travieso y vagabundo de Pol se contrapone a las crueles divisiones (que no valen para el alma limpia de un niño) entre ricos y pobres, poderosos y oprimidos; también, sin duda, entre bellos y feos, exitosos y perdedores, países desarrollados y países que nunca logran desarrollarse. Y no todo procede del contrato social; el peor y más doloroso enemigo es el paso del tiempo con su cuota de ausencias y muertes.

De otro lado, "Pata de perro" es una indagación sobre la nostalgia, ese querer volver al barrio natal para constatar que ha cambiado irremediablemente: "Todo se hace trizas" (p. 306). Lo vivido ya se fue, solo persiste en la memoria: "El alma son los recuerdos" (p. 327).

Finalmente, hay un interesante paso de lo real a lo forjado inspirada por la ficción novelesca: un Pol conocido en España nos ofrece un Pol con otros padres y hermanos, otras cuitas amorosas y peripecias políticas, pero igualmente mataperro.

viernes, 22 de febrero de 2008

La repentina partida de José B. Adolph

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Fue víctima de un derrame interno. Lima fue uno de los grandes temas de su narrativa.

Demasiado pronto para tener la serenidad que exige la semblanza del amigo que partió. José B. Adolph falleció el 20 de febrero, a las once de la mañana, y sus restos fueron cremados a las cuatro de la tarde, obedeciendo su deseo. Su agonía fue una noche de repentinos dolores intensos. Un derrame interno causó su partida. Hacía poco, los males que lo aquejaban habían empezado a alejarse, y él, ya con la alegría de sentirse recuperado, volvió a ser el fumador irónico, inteligente, repartiendo buen humor. ¿Fue el canto del cisne?

Reímos mucho de su última estancia, efímera, en un sanatorio, donde un paciente le ofreció publicar su obra completa y postularlo al Nobel. Reímos también de los momentos en los cuales él se sentía al borde de la muerte y "ahora, cómo me ves" saltando en un pie.

Difícil encasillar la obra de José B., donde se mezclan lo terrible con lo humorístico, lo explicable con lo inexplicable, lo inusual con lo cotidiano: un escritor amplio y complejo, singular, de imaginación desbordante. Molière sostenía que lo mejor para destacar la belleza es colocarla junto a la fealdad. Y en la creación de José B. Adolph esta premisa es una constante.

Autor de múltiples repercusiones. Creador de argumentos y de ideas. Prosa breve, incisiva, directa, sin ripio ni banalidad retórica. Escritor culto, de prosa elegante, limpia, precisa. ¿Un testimonio de su valor artístico? Sus más de veinte premios literarios, la traducción de su obra a diversos idiomas, el interés de los jóvenes escritores por hallar en sus conversaciones lo que ellos buscaban.

Si su nacimiento biológico fue en Alemania (1938), país del que vino desde muy niño (5 años); su nacimiento intelectual fue en el Perú, específicamente en Lima, ciudad a la que supo amar a su manera: ironizándola, sin mancharla.

Su último libro, Es sólo un viejo tren, resulta premonitorio, como si estuviera apresurado en marcharse a otras estaciones. Cuando le señalé que la palabra solo ya no llevaba tilde, me respondió, con su típica sonrisa: "Pues el mío sí lleva porque mi sólo es sólo mío". Estos cuentos, formidables por su riqueza verbal, por su hondura reflexiva, por la sabiduría que exhalan, bastarían para designar a José B. Adolph como un hito en nuestra literatura. Y si a ello se suman las crónicas periodísticas, los cuentos, y novelas, su obra de teatro, tendremos el concepto cabal de un escritor que surcó muchos mares con la firmeza de un navegante que domina los más bravos oleajes.

Las últimas crónicas de José B. Adolph nos hacían presentir que aún tenía mucho camino en este mundo, donde cada vez nos vamos quedando más solos; pero no fue así: el destino y sus caprichos, como el de tener que acostumbrarnos a la ausencia de este excelente escritor contándonos a su modo todo lo que nos sucede.

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"Olvidemos a Shakespeare, ese magnífico autor de bestsellers. Apliquemos simplemente una pizca de experiencia no-literaria y otra pizca de sentido común. Con experiencia y sentido común no se fabrican bestsellers, ni los buenos ni los malos. No se fabrican con realidades ni con sueños desmesurados. Los bestsellers se fabrican con deseos modestos. Con sueños ocultos, vergonzosos y frustrados".

–Del libro de cuentos
Los fines del mundo

PERFIL

José Adolph. Nació en Stuttgart, Alemania, en 1933. Cuentos. El retorno de Aladino (1968), Hasta que la muerte (1971), Cuentos del relojero abominable (1973), Mañana fuimos felices (1974), Un dulce horror (1989), Diario del sótano (1996) y Es sólo un viejo tren (2007). Novelas. La ronda de los generales (1973), Mañana, las ratas (1984) y Dora (1989).